Muchos creen que son los músicos que están en el escenario los que realizan el esfuerzo durante el concierto, ¡y no es cierto! Es el público quien opera el esfuerzo mayor, acogiendo lo desconocido, en circunstancias a veces poco favorables.
Lo que nos es familiar suele sernos lo más fácil de digerir, tal vez por ello haya músicas que encuentran con mayor facilidad el aplauso que otras. La escritura polifónico-imitativa, tan valorada durante siglos, nos queda tan alejada en el tiempo que se nos antoja intelectual y, en el peor de los casos, aburrida.
Pero si Antonio de Cabezón o Correa de Arauxo podían elevar con su música las almas al cielo, debemos replantear nuestra facultad de escucha.
Ante el comienzo de un tiento, para no ir a tientas, ¡atentos al sujeto! ¡Cerrad abanicos, desconectad móviles, y abrid bien oídos y espíritu! En estricta soledad una voz presenta un canto, como si fuese una breve oración. ¡Atrapad esta melodía, pues ella es clave para entender lo que a continuación viene! Las restantes voces, que en respetuoso silencio la han escuchado, van una a una respondiendo a la voz primera con el mismo canto que esta ofreció. ¡Y aquí comienza la aventura! Las voces irán callando y reapareciendo, apresurándose o calmándose, hiriéndose en disonancias o caminando en dulce armonía y, cuando el final se avecina, tal vez entren en danza felices y exultantes.
Si por despiste no habéis retenido el sujeto inicial, ¡no desesperéis! La única pretensión de las voces es llevaros de esta realidad a la suya propia y eterna: entregaos a ellas y dejad que estas os guíen en esta experiencia polifónica. Quizás así Cabezón y Correa se conviertan en vuestros amigos, uniendo en experiencia musical a generaciones separadas por siglos.
Diego Ares (Organista y clavecista)
Corullón, 25 de agosto de 2024
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