Arde el monte
como si el mundo decidiera empezar de nuevo
y su primer gesto fuera
borrar
los árboles se doblan en un crujido
los animales corren sin saber hacia dónde
pero oliendo peligro
y el aire ahora huele a memoria quemada
¿Cómo se respira si no se puede respirar?
Una chispa y el siglo de un castaño se reduce a polvo,
el aliento de la montaña
se
corta.
¿Por qué montes caminaré con mi padre?
¿De cuántas flores no aprenderé el nombre?
Las casas
abiertas como heridas
muestran en silencio
los cuartos que ya no existen.
Gente que huye con lo puesto
gente que se queda y lucha
porque hay un muro
años
esfuerzo
un perro
una foto
otra gente
algo que
no
pertenece
al
fuego.
Y en ese empeño algunos no regresan.
Antes les llamaban amigos
ahora les llaman héroes
sus fotos en los periódicos
sus nombres en las noticias
y ahora
les rodean flores.
¿Acaso se hicieron las flores para los cementerios?
Otros se cubren de hollín,
pasan la noche en guardia
con las manos heladas
por el miedo y un poquito de esperanza
mientras el cielo se tiñe de naranja
¿Por qué se tiñe el cielo de naranja si no está amaneciendo?
No hay manos suficientes
más las que tenemos
más las que tienen los que se juegan la vida
y la pierden
no hay promesas que lleguen a tiempo
la falta de ayuda
pesa más que el humo.
¿Qué sería del pueblo sin el pueblo?
Mientras, entre las brasas
alguien comparte agua,
cocinan tortilla
llevan agua
comida
un refugio
una charla
un abrazo
alguien sujeta una manguera que no quiere soltar
-por si acaso-
alguien cubre con una manta al que tiembla.
¿Cómo se deja de temblar?
Cuando la lluvia cae la gente llora y pide más
y nadie dice nada:
mira al cielo y
se escucha el golpeteo sobre las ruinas
lo que queda de vida
intentando volver.
No sé a lo que se parece el infierno
pero ojalá no se parezca a esto
¿Recuerdas la última vez que fuimos a mirar las estrellas
y pudimos verlas?
Patricia Alonso Alija
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