José Cruz Cabo.- Era el año 1948, Don Angel Riesco, hacía unos meses que había sido nombrado por el Obispo Mérida Pérez, Vicario General del Obispado y el que era, hasta entonces, párroco de Benavides de Orbigo, Don Francisco Viloria Morán, fue nombrado ecónomo de El Salvador de La Bañeza, entonces solo existía una parroquia en la ciudad. Don Francisco era un hombre que parecía muy adusto, muy serio y no admitía que se menospreciara la iglesia ni el culto, por lo que en principio le costó trabajo entrar en el corazón de los bañezanos. Una anécdota muy característica fue que en el primer año que estuvo en la Semana Santa, entonces las procesiones entraban en la iglesia y se decía un sermón, al ver el barullo y las conversaciones que montaban los cofrades, desde el púlpito les riñó, y al bajar, le dice el Sr. Albertano, entonces sacristán de la parroquia, “Don Francisco no se enfade porque todos los años es igual y tendrá que acostumbrarse”.
En una ocasión entró en la iglesia una familia, muy acomododa, a rezar, y cuando vió que las dos mujeres iban en manga corta, les preparó una reprimenda y las hecho de la iglesia. Al día siguiente fue a pedir perdón
Era un hombre que llevaba las costumbres religiosas de la época a rajatabla, pero también fue el más generoso y afectuoso de los hombres, cuando de visitar enfermos se trataba. Aunque yo ya le conocía desde su llegada, pues en la Imprenta de Gráficas Rafael, se hacía la “Hojita Parroquial”, yo tenía que ir todas las semanas a su despacho para que me diera el original de la misma, salía los sábados, y a raiz de octubre de 1948, en que gracias a que vendió una finca suya, para pagar las deudas que tenía al Semanario local, “El Adelanto”, el contacto entre Don Francisco y yo se fue estrechando. Fue el primero y el único de los directores de nuestro semanario local, que al llegar Nochebuena nos daba el aguinaldo a todos los que trabajábamos en la imprenta.
Cuando fuí a casarme, le pedí que fuera él el sacerdote que me casara. Era en Santibáñez de Vidriales, de donde era mi primera esposa Angeles, que murió excesivamente joven, a los 33 años, y me dijo, “mira, Pepe, yo te casó, pero al banquete no asisto, porque me conozco, y si hay algún cantar o algún chiste que no se deba decir, salto y estropeo la fiesta”. Así se hizo y él comió el banquete de la boda en casa del cura de Santibáñez. Era un hombre de un pensamiento tremendamente espiritual, cuando iba a visitarle, que todas las semanas eran dos o tres veces, para que me diera los originales de la Hojita o cualquier otra cosa que se necesitara tanto en la “Hojita” como en ·El Adelanto”, y se acomodaba en la silla, su conversación era de una profundidad teológica y una caridad impesionantes. Un día fuí a enseñarle un artículo que había hecho para nuestro semanario y me dijo “mira Pepe, tienes toda la razón en lo que escribes, pero no lo publiques porque le va a sentar muy mal a los que se llaman cristianos”. Poco a poco Don Francisco, se fue haciendo con la gente, pues los bañezanos comenzaron a ver en él una persona caritativa y generosa para los que lo necesitaban y entonces las necesidades eran verdaderas porque a los pobres, el poco dinero que ganaban, nos les llegaba para comer y mucho menos si encima tenían enfermos en casa, por lo que era normal que al ir ha hacerle la cama a los mismos, se encontraran debajo de la almohada, cien o doscientas pesetas que, sin que lo supieran, había dejado Don Francisco debajo de la misma, para que no se sintieran avergonzados por la limosna. El Adelanto entonces dejaba déficits, pero a final de año Don Francisco los pagaba religiosamente y el semanario continuaba su vida sin sobresaltos económicos.
Cuando comenzaron a nacer mis hijos, Don Francisco me daba el aguinaldo como a los demás trabajadores de Gráficas Rafael, pero cuando llegaba a su despacho, me daba quinientas o seiscientas pesetas, para que le comprara los juguetes a mis hijos, “ya sabes que yo no entiendo de niños, por lo que te doy el dinero en vez de regalarle a ellos los juguetes, porque tú me ayudas mucho más que los otros compañeros”. El primer año que los oficios de semana santa, pasaron de la mañana a la tarde, me rogó que leyera la Pasión del Viernes Santo desde el púlpito, y pasé los mayores nervios de mi vida, pero al finalizar el oficio me felicitó efusivamente. Un día fue a la imprenta y le preguntó a Luis Cadenas por qué no iba a misa y, Cadenas, se enfadó y le dijo que no era el lugar ni el momento de llamarle la atención, Don Francisco se marchó y, por la tarde, al pasar para la iglesia, entró y le pidió perdón. Este maravilloso sacerdote era así.
El pimer año que la Iglesia hizo fiesta de guardar, el uno de mayo, San José Obrero, desde el púlpito pidió a los empresarios, que pagaran un sueldo extra a los obreros para que pudieran celebrar la fiesta de verdad. Fue muy criticado, pero él era así de generoso con los humildes. Un día tuvo una visita en su despacho y yo estaba en la otra oficina charlando con Don José Víctor, cuando vemos que entra Don Francisco y comienza a dar voces y Don José y yo nos mirábamos porque no sabíamos de que venía la cosa. Cuando se desahogó, nos pidió perdón y nos dijo”He tenido una visita y como no pude decirle lo que merecía, me he desahogado con vosotros, perdonadme”. Cuando en octubre de 1967, mi tío Rafael, entró en Gráficas Nino, para decirnos que no siguiéramos con El Adelanto porque había fallecido Don Francisco repentinamente, nos dejó helados y profundamente abatidos, porque se había muerto el mejor y más caritativo sacerdote que yo he conocido en mi vida. Naturalmente el periódico salió, pero de otra manera. Su muerte dejó una huella profunda.
En una ocasión entró en la iglesia una familia, muy acomododa, a rezar, y cuando vió que las dos mujeres iban en manga corta, les preparó una reprimenda y las hecho de la iglesia. Al día siguiente fue a pedir perdón
Era un hombre que llevaba las costumbres religiosas de la época a rajatabla, pero también fue el más generoso y afectuoso de los hombres, cuando de visitar enfermos se trataba. Aunque yo ya le conocía desde su llegada, pues en la Imprenta de Gráficas Rafael, se hacía la “Hojita Parroquial”, yo tenía que ir todas las semanas a su despacho para que me diera el original de la misma, salía los sábados, y a raiz de octubre de 1948, en que gracias a que vendió una finca suya, para pagar las deudas que tenía al Semanario local, “El Adelanto”, el contacto entre Don Francisco y yo se fue estrechando. Fue el primero y el único de los directores de nuestro semanario local, que al llegar Nochebuena nos daba el aguinaldo a todos los que trabajábamos en la imprenta.
Cuando fuí a casarme, le pedí que fuera él el sacerdote que me casara. Era en Santibáñez de Vidriales, de donde era mi primera esposa Angeles, que murió excesivamente joven, a los 33 años, y me dijo, “mira, Pepe, yo te casó, pero al banquete no asisto, porque me conozco, y si hay algún cantar o algún chiste que no se deba decir, salto y estropeo la fiesta”. Así se hizo y él comió el banquete de la boda en casa del cura de Santibáñez. Era un hombre de un pensamiento tremendamente espiritual, cuando iba a visitarle, que todas las semanas eran dos o tres veces, para que me diera los originales de la Hojita o cualquier otra cosa que se necesitara tanto en la “Hojita” como en ·El Adelanto”, y se acomodaba en la silla, su conversación era de una profundidad teológica y una caridad impesionantes. Un día fuí a enseñarle un artículo que había hecho para nuestro semanario y me dijo “mira Pepe, tienes toda la razón en lo que escribes, pero no lo publiques porque le va a sentar muy mal a los que se llaman cristianos”. Poco a poco Don Francisco, se fue haciendo con la gente, pues los bañezanos comenzaron a ver en él una persona caritativa y generosa para los que lo necesitaban y entonces las necesidades eran verdaderas porque a los pobres, el poco dinero que ganaban, nos les llegaba para comer y mucho menos si encima tenían enfermos en casa, por lo que era normal que al ir ha hacerle la cama a los mismos, se encontraran debajo de la almohada, cien o doscientas pesetas que, sin que lo supieran, había dejado Don Francisco debajo de la misma, para que no se sintieran avergonzados por la limosna. El Adelanto entonces dejaba déficits, pero a final de año Don Francisco los pagaba religiosamente y el semanario continuaba su vida sin sobresaltos económicos.
Cuando comenzaron a nacer mis hijos, Don Francisco me daba el aguinaldo como a los demás trabajadores de Gráficas Rafael, pero cuando llegaba a su despacho, me daba quinientas o seiscientas pesetas, para que le comprara los juguetes a mis hijos, “ya sabes que yo no entiendo de niños, por lo que te doy el dinero en vez de regalarle a ellos los juguetes, porque tú me ayudas mucho más que los otros compañeros”. El primer año que los oficios de semana santa, pasaron de la mañana a la tarde, me rogó que leyera la Pasión del Viernes Santo desde el púlpito, y pasé los mayores nervios de mi vida, pero al finalizar el oficio me felicitó efusivamente. Un día fue a la imprenta y le preguntó a Luis Cadenas por qué no iba a misa y, Cadenas, se enfadó y le dijo que no era el lugar ni el momento de llamarle la atención, Don Francisco se marchó y, por la tarde, al pasar para la iglesia, entró y le pidió perdón. Este maravilloso sacerdote era así.
El pimer año que la Iglesia hizo fiesta de guardar, el uno de mayo, San José Obrero, desde el púlpito pidió a los empresarios, que pagaran un sueldo extra a los obreros para que pudieran celebrar la fiesta de verdad. Fue muy criticado, pero él era así de generoso con los humildes. Un día tuvo una visita en su despacho y yo estaba en la otra oficina charlando con Don José Víctor, cuando vemos que entra Don Francisco y comienza a dar voces y Don José y yo nos mirábamos porque no sabíamos de que venía la cosa. Cuando se desahogó, nos pidió perdón y nos dijo”He tenido una visita y como no pude decirle lo que merecía, me he desahogado con vosotros, perdonadme”. Cuando en octubre de 1967, mi tío Rafael, entró en Gráficas Nino, para decirnos que no siguiéramos con El Adelanto porque había fallecido Don Francisco repentinamente, nos dejó helados y profundamente abatidos, porque se había muerto el mejor y más caritativo sacerdote que yo he conocido en mi vida. Naturalmente el periódico salió, pero de otra manera. Su muerte dejó una huella profunda.
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